Por: Renato Gulli
Floyd Mayweather Jr sigue siendo el mejor libra por libra, no sólo de la actualidad sino de la última era. Acaso, si había alguna discusión, su victoria –clara– en las tarjetas sobre Manny Pacquiao, el último sábado en el MGM de Las Vegas, despejó todas las dudas. Otro tema es que su estilo guste, que brinde espectáculo o si será el mejor de la historia, como él mismo se define con la palabra TBE (The Best Ever).
Ya no es el mismo de antes, claro está. Si bien Mayweather es el mejor de todos, también es humano. Lo golpean más, siente más los golpes, y hasta sus reflejos quizá ya no sean impecables como antaño. Pero hay algo que conserva: sigue siendo el maestro de la defensa y la técnica. En ese sentido, es impecable. Contra Pacman, ganó bien, pero siempre con lo justo. Hubo rounds que se los acreditó por uno o dos golpes de poder; a lo sumo tres o cuatro en los asaltos que más diferencia hizo. Y los capítulos más cerrados los obtuvo por la ciencia de sus golpes y la defensa.
Pacquiao tampoco es el boxeador peligrosísimo que solía ser. El paso del tiempo, las duras peleas que tuvo en su carrera, también mermaron sus posibilidades de brindarle una mayor oposición a Floyd. Ahora se habla de la lesión pre-existente en el hombro del filipino, algo que suena más a una excusa que a la pura realidad.
Estas circunstancias explicadas llevaron a la “Pelea del Siglo” a ser calificada de fraude, por el público en general, y ganarse el mote de discreta, para los fanáticos del boxeo. Lo cierto es que el combate fue de buen nivel, no el mejor, tampoco un fraude. Mayweather, que siempre asegura su intención es brindarle un buen espectáculo a los fans, peleó solamente para él, para ganar sin riesgos –o al menos, los menores posibles–, y muy poco aportó para el show. Y Pacquiao sólo logró desbordar y hacerle sentir el rigor a Floyd una vez en el cuarto round, pero no le dio continuidad a la presión ejercida por sus conocidas seguidillas de golpes; y luego no lo encontró más.
La decisión unánime es justa. Quizá 118-110 (Dave Moretti) parezca un tanto excesivo; una diferencia de 116-112 (Burt Clements y Glenn Feldman) es más acertado, que se traducen a ocho rounds para Mayweather y cuatro para Pacquiao. El fallo también pudo admitir algún episodio más en favor de PacMan y restárselo a Money. Sí, es verdad. Pero no mueve el amperímetro: ganó Floyd.
Hay una discusión que ha proliferado las redes sociales y en las voces de los fanáticos: “Mayweather corrió y abrazó toda la noche” ¿Y por ello perdió? No. En boxeo, los conceptos que la gran mayoría de reglamentos del mundo indican que se deben considerar para dictaminar el ganador de un round son: Ataque, mayor cantidad de golpes conectados; Eficiencia, efecto causado por los golpes; Ciencia, técnica del golpe; y defensa, no recibir golpes. Está claro: la clave, es el golpe. Ningún reglamento habla de no correr, caminar, marchar, ir al frente, tomar el centro del ring, presionar, buscar la pelea… Mayweather, pese a quien le pese, pegó más y mejor.
¿Será Floyd –con su actual marca de 48-0 (26 KOs)– el verdadero TBE? No lo sabemos. Y seguramente esa aseveración sea difícil adjudicársela a púgil alguno, sobre todo, porque la comparación de épocas es una práctica injusta. De todos modos, seguramente, hay otros candidatos como Sugar Ray Robinson, a quién le cabe mejor ese sayo.
Lo que sí está claro es que Mayweather marcó una época, una era. Le ganó a todos los boxeadores que enfrentó (De La Hoya, Cotto, Mosley, Castillo dos veces, Maidana por dos, Pacquiao, entre otros) en el profesionalismo. Con un estilo mezquino, si se quiere. Es cierto. Con algunas polémicas o fallos ajustados a cuestas (Castillo y Maidana, ambos primer combate). Es verdad. Pero siempre fue mejor. Hay que valorarlo, reconocerlo. No vaya a ser cosa, que tras su retiro –que se sabe, está cerca— lo vayamos a extrañar.