La oportunidad estaba delante de él, al alcance de sus puños. Solo 12 rounds separaban a Sullivan Barrera (17-1, 12 KO) de dar un salto monumental de la nada a la gloria, y el cubano hizo lo que pudo para aferrarse a ella, para que no se le escapara.
Pero esta oportunidad llegaba con el ala rota, con el riesgo de medirse a un hombre que no hace mucho era considerado una joya del boxeo y Andre Ward (29-0, 15 KO) convirtió el ring en un aula magna, donde dictó, de manera metódica y brillante, una clase magistral.
JORGE EBRO jebro@elnuevoherald.com
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Hoy muchos critican a Barrera, perdedor por decisión unánime -los jueces votaron 119-109, 117-109 y 117-109- frente a Ward, pues piensan que no hizo lo suficiente, que le faltó el vigor, el sentido de urgencia, y con esos comentarios arrastran al lodo a todo el boxeo cubano, algo que no es justo.
Barrera, entiéndanlo de una vez, quiso pero no pudo, intentó pero no le alcanzó, tomó riesgos pero su iniciativa era cortada de plano por la estrategia superior y las habilidades insondables del hijo predilecto de Oakland.
No se trata tanto de las carencias -no de corazón, que sí le sobró- de Barrera como de las proporciones del boxeo de un Ward que, sin llegar a la excelencia del pasado, hacía más que suficiente para pasear la distancia y darse el lujo de llevar a su rival a la lona en el tercer asalto, él, que no pega, usando una frase de pueblo, ni sellos, se apuntó un conteo no tan potente como anunciador.
El cubano no subestimó a su oponente, pero confiaba en que la inacción, viejas lesiones y conflictos legales -Ward habló que estuvo al borde del retiro- hubieran minado sus deseos y la pasión por continuar en la elite del deporte. No es primera vez que sucede, ni será la última.
Y el campeón olímpico del 2004, sin la velocidad de piernas de antaño, sin los movimientos de torso del pasado, conservaba esos reflejos y ese golpeo preciso y oportuno que tanto bien le hiciera ante Chad Dawson y Carl Froch. Su hombro izquierdo se convirtió en un escudo impenetrable. Floyd Maywheater hubiera aplaudido su defensa.
Al final se resumía todo en quién acumulaba más talento en su ADN y Ward, evidentemente, lo tenía para repartir. Sullivan Barrera, que quede claro, no está a la altura de los mejores de la división. Una cosa es Karo Murat, otra Ward, Adonis Stevenson y Sergey Kovalev.
Si acaso algo habría que señalarle a Barrera es la incapacidad para presionar cuando todo estaba perdido, cuando lo único que lo salvaría era un milagro, un golpe al estilo Juan Manuel Márquez. Hay un momento en la pelea en el cual la técnica no existía ni cabía, donde se imponía una bravuconada callejera, un ataque frontal y desordenado para ver cómo respondía Ward.
Pero nunca llegó, porque Barrera -lento, predecible- no lo vio claro, porque sencillamente su Dios protector del boxeo le había abandonado, o porque en el fondo de su alma, con una humildad aterradora, sabía que no le alcanzaba, que estaba a merced de alguien superior.
Esta derrota no es el fin, pero su equipo tendrá que replantear la estrategia de cara al futuro. Ward le ha cerrado un camino, pospuesto la esperanza y retirado una oportunidad que aparecía como la mejor de su carrera. Y esas no siempre tocan dos veces a la puerta.
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